Por Lamberto Hernández Méndez
URUAPAN, Michoacán, marzo de 2022.- De un gran abanico de colores, otros bordados a mano o en telar de cintura, deshilados o adornados con plumas de aves exóticas, el rebozo purhépecha, es más que una indumentaria para proteger, principalmente, a la mujer, de las inclemencias del tiempo, ya sea del frío, el sol o hasta la lluvia; es un símbolo de su cultura, de la identidad, feminidad y estado civil, y que portan con un gran orgullo y elegancia.
Si bien esta prenda tradicional ha sido parte de la vida cotidiana y ritual de la población indígena de Michoacán, su uso varía de acuerdo a las distintas etapas de la vida que atraviesa una mujer.
Esta cuestión ha sido motivo de interés y estudio para Alberto Flores Marcos, estudiante de la Universidad Intercultural Indígena de Michoacán, quien realizó un ensayo al respecto, y donde argumenta que el diseño, confección y uso del rebozo, han cambiado conforme surgen las nuevas generaciones y las modas.
Antes, indica en su publicación universitaria, las mujeres indígenas usaban únicamente una manta blanca para cubrirse del frío o de los rayos del sol y, después de la invasión de los españoles, la implementación del telar de cintura o patakua y las diferentes necesidades, tuvieron la necesidad de elaborar una prenda textil más útil para cubrirse la cabeza.
“Así, nace el rebozo y empieza a ser una tradición en los pueblos indígenas”, expone el joven universitario, quien es originario de la Cañada de los Once Pueblos, en el municipio de Chilchota, Michoacán.
Además de ser un ornamento personal, el “chal” o “manta de mil colores”, como es también conocido en otros grupos étnicos, es utilizado como instrumento lúdico, para carga de diverso material como leña, como medio de transporte de bebés, transporte de artesanías, también para el aseo y evidentemente para la coquetería.
Flores Marcos, subraya en su investigación, que la riqueza cultural del uso y los colores del rebozo, también está reflejado en el estado civil de las mujeres de las poblaciones indígenas, tanto en la ribera del Lago de Pátzcuaro, como en la Meseta Purhépecha, Ciénega de Zacapu y la Cañada de los Once Pueblos.
Explica que, las niñas y jóvenes solteras, portan los colores más llamativos; las mujeres casadas, lucen tonos más discretos o conservadores y, las señoras más grandes, deben vestir prendas oscuras.
Mientras que su colocación sobre el cuerpo, dependerá del momento y espacio de la vida de la niña, joven, adulta o anciana.
“Esto también, les permite a las mujeres expresar su situación sentimental”, apunta el investigador.
Argumenta que, la mujer soltera, usa el rebozo para cubrir su espalda y las puntas las envuelve en sus brazos, para después sujetarlas con las manos, pero es posible que llegue a convertirse en la “prenda de cortejo”, cuando esté en busca de una persona del sexo opuesto.
Y es que, ellas juegan con las puntas del “chal”, para atraer al novio y, al acercarse, él puede hacer lo mismo con el rapacejo, lo que les permite actuar como punto de contacto no corporal, para entablar una plática e iniciar el galanteo.
Quienes están casadas o viven en unión libre, deben utilizar la prenda para taparse la parte superior de su cuerpo, de la cintura hacia el pecho y la boca, al cruzar una punta en dirección hacia el hombro izquierdo.
El estudiante de dicha casa de estudios bilingüe, agrega que, este uso, es porque la mujer debe de darse a respetar y ningún otro hombre debe mirarla, pues de lo contrario, es mal visto por las personas del pueblo. Al perder al esposo, apunta, las mujeres viudas envuelven su cabeza con el rebozo y parte del rostro, como símbolo de luto.
Reitera que estas prendas, todavía conservan su tradición, al ser bordados en lana, algodón o una mezcla de ambos, pero hoy, pueden verse con elementos adicionales, como plumas de diferentes aves, figuras en las barbas y la combinación de varios colores.
Ha cambiado en comparación con el textil tradicional y vemos también que han dejado de usarse de manera gradual, sin embargo, creemos que la mayoría de las mujeres conservan uno entre su guardarropa, enfatiza.
Por otro lado, Jaime Emmanuel Equihua Estrada, artesano de Aranza, señala que, sin duda, el rebozo más característico y conocido, es el de Paracho, rebozo rallado en líneas negras y azules, tejido en telar de cintura y teñido con añil, de donde surge el nombre de las azuleras de Paracho.
En la actualidad, agrega, el rebozo se teje en Ahuiran, municipio de Paracho, donde se innovó el rebozo con puntas de arte plumario y seda, para engalanar a las mujeres purhépechas de las 4 regiones.
El rebozo, también se teje en Angahuan, municipio de Uruapan, oficio heredado de San Juan Parangaricutiro, después del nacimiento del volcán Parhíkutin y adaptando las colchas a rebozos, al igual que Aranza, que, de finas servilletas en gasa, se llegó a la elaboración del rebozo.
Jaime Equihua también coincide en que, el rebozo, identifica clase u estatus de quien lo porta, además del estado civil o identifica de qué comunidad es originaria.
Y señala que, por ejemplo, en Tarecuato, las puntas del rebozo son de seda roja y naranja, en forma de águila; Cocucho, con brillos en los colores de hilo; Turícuaro, con sus finas puntas, o Angahuan, con bordados en las puntas con flores.
El rebozo no solo es un accesorio si no es, nacimiento y mortaja; para cargar los niños, leña, alimentos, de turbante en la cocina o en forma de delantal, para proteger las nahuas o el rollo, de las manchas de alguna comida, en la cocina. (Lamberto Hernández).