Por Lamberto Hernández Méndez

ZACÁN, Michoacán, febrero de 2023.- Algunas poblaciones originarias que se ubican en el lado norte de del volcán Parhíkutin, entre ellas, Angahuan y ésta de Zacán, emergieron, literalmente, de entre las cenizas que lanzó este coloso de fuego, allá por el año de 1943; han sobresalido, pero también, han conservado la identidad cultural, como la artesanía, gastronomía o la música, aspectos que son apreciados por propios y extraños que llegan a visitar el volcán, el mar negro de la lava y las ruinas de Parangaricutiro con su torre de la iglesia.

Las mujeres, con sus vistosos atuendos, elaborados artesanalmente, el rollo de lana, delantal, blusa adornada con caprichosos dibujos a base de punto de cruz, un rebozo de patakua y huaraches, hace que resalte su porte y belleza natural.

A pesar de los daños causados por la erupción del volcán Parhíkutin, el 20 de febrero de 1943, principalmente al ganado y la agricultura; zona devastada donde el maíz y frijol, eran el principal alimento de los purhépecha y que se cultivaba en la región, no crecía, por el diámetro de hasta uno y dos metros arena caliente que cayó en los terrenos, durante la erupción.

Mientras que, en su entorno, un gran mar de piedras incandescentes devoraba todo a su paso, lo sepultaba y lo atrapaba, es así como aquel poblado de San Juan de las Colchas y su iglesia, dedicada al Señor de los Milagros, fue prácticamente sepultada bajo toneladas de piedras; todos tuvieron que emigrar.

Por aquellos tiempos, los compositores, los pireris, cantaban versos como aquella que dice, “Piedritas, que vienen rodando para ese pueblito del Parhíkutin. Las muchachas de Angahuan y también las de Zacán, desean tener ya marido, por temores al volcán…”.

En abril de ese año, el poblado de Parhíkutin, queda sepultado para siempre, por una lápida negra de lava; San Juan Parangaricutiro o de las Colchas, aún se resistía a salir, pero la lava seguía su camino a unos 25 kilómetros por hora, todo se llevaba consigo, todo a su paso lo fundía y penetraba a donde quiera; finalmente, el 10 de mayo de 1944, empieza el éxodo, en busca de una nueva vida, un nuevo pueblo, hacia lo que ahora es Nuevo Parangaricutiro; atrás, aquel poblado fundado en el año de 1540 por Fray Juan de San Miguel, prácticamente bajo el mar de piedra calcinada.

Aproximadamente, 30 años después de la erupción, la zona fue otra, la arena volcánica ha sido erosionada, parcialmente, por las corrientes de agua durante las lluvias y de nuevo han sembrado maíz y árboles, pero ahora con la novedad del aguacate, catalizador económico importante.

Las piedras volcánicas, parecieran que han tomado figuras caprichosas, que son admiradas por los visitantes; la torre de la iglesia que emerge imponente de entre el mar negro de lava, en el viejo San Juan de las Colchas; sólo algunas bardas de lo que fueron casas y cocinas se observan aún entre la maleza de lo que fue el poblado y lo que eran sus calles.

Paisajes de contrastes con lo negro de la lava, lo verde del bosque, el azul de las montañas, lo azul del cielo y el gris de las nubes en aquel horizonte lleno de historia y nostalgia. Un verdadero paraíso que se debe admirar y disfrutar; el aire puro y la comida tradicional junto a la lava, frente a la iglesia del viejo San Juan, es una historia inolvidable.

Para llegar a las ruinas, la lava y el volcán, existen tres caminos principales, desde Angahuan, caminando o a caballo; de Nuevo Parangaricutiro, por una terracería de más de 10 kilómetros o bien, desde la comunidad originaria de Zacán, a pie, caballo o automóvil, distante apenas 3. 5 kilómetros. Una aventura que debe vivirse, apreciarse y preservarse.

En este 80 aniversario del nacimiento del Parhíkutin, se han organizado una serie de actividades conmemorativas, principalmente culturales, de las que nos dan identidad ante el mundo, comida tradicional, música y danza, principalmente, por parte de las autoridades de Nuevo Parangaricutiro y de la comunidad originaria de Angahuan. (lhm).